viernes, 5 de octubre de 2018

DESCOSTUMBRES

Me acostumbré.
Me acostumbré a la Antigua.
A la bacardí en el la plaza mayor
y a la quetzlteca sabor jamaica.
A latinoamérica.
Me acostumbré a los sombreros de copa,
a las guitarras que se estropean,
a las manos tocando un cajón.
Me acostumbré a bailar cumbia los fines de semana
y a ver bailar a guatemala con pasitos cortos
y un meneito de cadera.
Me acostumbré a los cigarros en la parte de atrás
del lugar más azucarado de Santa Lucía,
escuchando flamenquito con acento francés...
Como echo de menos ese acento a la luz de las luciérnagas
y los ataques de los murciélagos.
Me acostumbré a comer frijoles al menos una vez al día,
y a añorar España una vez a la semana.
Me acostumbré a a dormir 3h los fines de semana
y a aguantar los lunes de goma
(resaca, para que me entiendan los españoles).
Me acostumbré a una despedida  cada fin de semana
y a un reencuentro también.
Me acostumbré no,
aprendí a no hacer planes
y a dejarme llevar por cualquier sonrisa que se acercara demasiado a la mía,
aunque bueno,
esto quizás,
era costumbre española mía.
Me acostumbré a no pedir pajitas,
y a guardar cualquier trozo de papel para no tirarlo al suelo.
A por lo menos 5 erupciones al día,
4 volcánicas y una mía.
A la lluvia torrencial
de cada tarde en Santa Lucía,
que dibujaba en el cielo telarañas de luz
para no dejarme a oscuras en la humedad de la noche.
Joder con Guatemala,
la  primera vez que escribí en este blog dije que que no era capaz de acostumbrarme a las costumbres,
y ahora, me tengo que comer mis palabras,
tragarme la demencia
e intentar desacostumbrarme

viernes, 28 de septiembre de 2018

JODIDAS DESPEDIDAS

Aún no me atrevo del todo a escribir de las despedidas.
Aún me queda algo de jetlag y la sal de las lágrimas en las pestañas.
Aún suena en mis oídos la canción de "cariñito"
y recuerdo que me sorprendí bailando cumbia
a ritmo de "leña para el carbón" en el aeropuerto de Atlanta.
Me queda aún
el calor de una cantidad de abrazos
que no cabrían en ningún número.
Recuerdo que me pareció cruel
como el shuttle que me llevaba al aeropuerto
recorrió todas las calles de La Antigua
para acabar pasando otra vez delante de la Plaza Mayor
donde vi como se iban haciendo cada vez más pequeñas las siluetas de Sildy y Lucho
sentados en el banco de siempre.
Mientras esperaba el primero de mis tres aviones,
un amigo desde España
me dijo que me permitiera regodearme en la melancolía de mirar fotos.
Pero aún no estoy preparada para solo recordar,
aún me quema el amor de Guatemala bajo la piel.
Aún no estoy lista para hablar de despedidas,
porque aún pienso que 8000 km  de distancia
no son suficientes para decir adiós.

jueves, 20 de septiembre de 2018

DEMENCIA EN EL CARIBE


Al final conseguí cruzar otra frontera.
Más allá de la selva de Petén, el mar me llamaba.
Desde una pequeña lancha cruzando el pacífico Caribe un par de delfines me daban la bienvenida.
Desembarcamos en Caye Caulker, una pequeña isla de Belize en mitad del Caribe.
Si cerráis los ojos y os dicen Caribe, ¿qué es lo que imagináis? Pues es exactamente eso, arena blanca (hecha de trocitos de arrecifes) el mar claro, transparente, quieto, tranquilo, azul.

Las casitas de madera, ligeramente levantadas del suelo, todas con terraza y colores muy vivos.
Algo a lo que no estamos muy acostumbrados es que la gente no llevaba móvil. Todos los isleños se movían en bici e iban simplemente de aquí para allá, con una sonrisa en la cara y transmitiendo una paz que ya quisiéramos los europeos.
Estuvimos andando por ese pueblito hasta que llegamos a una pequeña playa. Nuestra playa, parecía como que toda la energía del Caribe se concentrara en este rinconcito. Comenzaron a aparecer montones de pelícanos, vimos caballitos de mar, una enorme manta raya se asomó a la costa, miles de peces nadando a nuestro alrededor y algún que otro cangrejo (que había que intentar no pisar).
Como buena pirata del Caribe, despedimos la tarde mientras bebía un ron, intentando guardar cada tono de naranja que nos ofrecía la puesta de sol.

El amanecer se nos escapó, pero de buena mañana ya estábamos en aquella playa desierta, intentando disfrutar el breve momento que pasamos en la isla, que aunque breve renovó nuestras energías.
Al final conseguí cruzar otra frontera, y ver como mi pasaporte se llena de sellos solo me da más ganas de cruzar y cruzar y romper, muchas fronteras más.


PD: LO QUE NO NOS CUENTAN DEL CARIBE
Bueno, después de este rollito tan zen con el que estuvimos y volvimos de esta fabulosa isla, hay una verdad que tengo que contar: los P**OS MOSQUITOS. No en serio, tu estás tranquilamente dando un paseo a las 8 de la mañana e igual te vuelves a tu país con dos litros de sangre menos. La mañana que madrugamos fuimos corriendo a la playa no porque tuviéramos ganas de bañarnos sino para protegernos de los mosquitos en el agua. A mi me picaron en la jo**da cara, la única parte de mi cuerpo que no llevaba repelente y que por supuesto no podía tener todo el rato bajo el agua.
Os juro que ha sido uno de los lugares más hermosos que he visto en mi vida, estos que dices “uf yo cuando me jubile me compro una casa en una isla del Caribe”. Pues ojo y asegurarse de que hay bancos de sangre porque esos pequeños cabrones no tienen piedad con nadie.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

UN VIAJE EN TRANSMETRO


Recuerdo mis primeras horas en Ciudad de Guatemla, me daba miedo salir a la calle y la verdad no tenía grandes expectativas sobre lo que iba a encontrar allí.
Pero como en casi todo mi viaje, al cabo del tiempo me llevé una grata sorpresa.
No se si fue porque esta vez iba acompañada de mi querida Romy, o si era porque no quería mala onda la última semana que me quedaba en Guatemala.
Llegamos a la ciudad de noche, nos comimos una bandeja de tacos (venían como unos 20) y después nos fuimos al hostel.
Para nuestra sorpresa, y después de las “malas experiencias” de otros alojamientos, nos encontramos en un encantador rinconcito de la zona 1 de Guatemala (se supone que un sitio peligroso de la ciudad).
Por la maña nos tocó ir al trabajo. Cualquiera nos habría dicho que llamáramos a un taxi o un uber, porque ¿a donde van dos mujeres solas con pinta de guiris a recorrer media ciudad?. Pero está claro, que a nosotras nos gusta romper los clichés y decidimos ir en el transmetro (tranqui papá, que no es lo mismo que un chiken bus). Probablemente fue la mejor decisión que pudimos tomar. En el autobús nos encontramos con una gran cantidad de gente la mar de majos. Primero un señor mayor, quizás de unos 70 años, que al vernos cara de extranjeras nos saludó en: inglés, italiano, español y francés; para asegurase de que entendíamos bien su agradable saludo. Luego conocimos a un arqueólogo, de unos 60 años. Nos contó que trabajó durante mucho tiempo en Tikal, que le gusta la pintura y que hacía retratos. Nos explicó como siente que el mundo se mueve por energías y como le dimos tan buena onda nos regaló a cada una una pulsera de cuero con una pequeña pieza de madera en la que estaba tallada una pirámide maya y el nombre de algún lugar guatemalteco. Ya cuando teníamos que bajarnos una señora nos ayudó a ponernos las mochilas, hasta le ató las correas a Romy!! Bajamos del autobús con una sonrisa en la cara, pero para mejorarlo aún más, el arqueólogo decidió (después de que les dijéramos a todos que nos habían alegrado el día) que nos iba a acompañar hasta nuestro trabajo porque nosotras también se lo habíamos alegrado a el.
Solo llevábamos despiertas un par de horas y ya nos sentíamos llenas de buena energía para todo el día.
Qué será lo que tiene Guatemala, que en nuestros países solo escuchamos oscuro y terrible y cuando llegas aquí te enamoras. Será que nos enfrentamos al problema de escuchar una única historia, será que de tanto oír la historia de los colonos, nos convencimos de sus “azañas” y nos cegaron con su visión, para que no viéramos la realidad de un país que va mucho más allá de las historias de asaltos y pobreza.




martes, 11 de septiembre de 2018

EL LAGO


Una vez más, escapé de Santa Lucía. El viernes fui a parar a la Antigua, pero esta vez sin mi querida compañía francesa. Aún así, salí a buscar algo de música y me quedé toda la noche escuchando jazz y algo de reagee con unas cuantas copas de vino.

El sábado madrugué casi tanto como para ir al trabajo y me subí en un shuttle que me llevara a ese maravilloso lugar del que todo el mundo me había hablado: El Lago Atitlán.


Llegué al pueblo de San Marcos la Laguna en un pequeño tuc-tuc del que casi salgo volando por el típico mal estado de las carreteras (aunque llamar carretera a ese camino de hoyos igual no es lo más apropiado). Y listo, fue bajarme, llegar a un pequeño hostal al pie del lago y encontrarme con ese reviejo argentino que se parece tanto a mis hermanos. Luego se añadieron francia y guatemala y este finde la novedad fue que también conocí a mexico.

Nos fuimos a bañar al lago. La escena era de película: un embarcadero de madera, un pequeño banco sobre el agua. ¡ y qué agua!, tan transparente y nítida que podías verlo todo (bueno hasta lo que lacanzaba la vista).


Cocinamos, bebimos y por supuesto en la noche no podían faltar unos bailes a ritmo de cumbia.

Y no se por qué el tiempo tiene que pasar tan rápido, que de repente ya era de domingo y estaba desayunando frijoles a pie de lago.

No se que pasó, que de repente todo se tornó oscuro, el cielo sonaba furioso y de la rabia comenzó a llorar. Pero como “al mal tiempo buena cara” siempre se encuentra una alternativa, y la guatemalteca más guapa que conozco nos cocinó... ay, sin palabras... la secuestraría para que se viniera conmigo a españa y me hicera de comer todos los dias.

La lluvia no paraba, el cielo estaba desconsolado y por la noche yo lo acopañaría también. Odio, cada día un poco más, las p**as despedidas. Ese momento en el que fui consciente de que no se cuándo volveré a ver a estos fantásticos personajes me llenó de mucha pena. Sin embargo la despedida quería quitarse ese color gris, y se llenó de palabras que nos auguraban un reencuentro quizás en mi país y nos imaginamos como sería ir andando por las calles del Albaicín en Granada y encontrármelos tocando cumbia en algún rincón... lo esperaré impaciente.

El lago ha sido mi ultima visita por rincones guatemaltecos y tengo que decir que ha sido la guinda del pastel para todo lo que he conocido de Guatemala.



lunes, 3 de septiembre de 2018

NO ME SIENTO EXTRANJERO EN NINGÚN LUGAR


No se que pasó. No se si fue la voz de argentina, la guitarra de Nicaragua o el ritmo de las maracas guatemlatecas.

Quizás fue el ron, la quetzalteca o ese ritmo de cumbia que perseguíamos cada fin de semana.
No se que pasó, que yo ya no era yo. Me miré en el espejo del baño de un bar de la Antigua y de repente no estaba la chica que se subió a un avión hace 5 semanas para volar a la otra punta del mundo.

Decidí quedarme mirando la escena de la gente bailando en el concierto de despedida de Chinga la Maruca, para tomar todas las fotografías mentales posibles. A menos de un metro de distancia vi como de enamorados estaban Argentina y Guatemala, la curiosidad que sentían Nicaragua y Francia. A menos de un metro de distancia sentía que tenía a toda Latinoamérica y no me quedó otra sino sonreír.

Sin embargo, aquella noche loca de viernes, bueno o la del sábado, o quizás fue la del domingo, también vi como mis latinoamericanos dejaban escapar algún suspiro entre una sonrisa triste. 

Supongo que es lo que tienen las despedidas, me di cuenta de que diría adiós al calor y la dulzura de argentina, al descaro de Guatemala y muy a mi pesar, me quedaba poco tiempo con la mente maravillosa de Nicaragua... Así que aproveché para despedirme también de la Aurora que ha sido luna en el Este para dejar brillar a la aurora boreal en el Oeste, que quiere seguir volando aunque sea con solo un ala, que cada día se llena de más nombres de gente.
Odio las despedidas, pero con lo que me ha calado la cumbia, QUE ME QUITEN LO BAILAO y que se prepare el suelo para lo que me queda por bailar.

(No se ve nada, en el video, lo que hay que hacer es escuchar. Por cortesía de mi argentino reviejo favorito sin plata) 

jueves, 30 de agosto de 2018

CON VISTAS AL MAR


Bueno, probablemente este es el verano que menos he visto la playa... Apenas he pisado el Mediterráneo un par de veces este año.
A pesar de que donde estoy viviendo es conocido como “la costa”, el mar me queda como a unos 50km, y aunque lleve tanto tiempo en Granada lejos del mar, echo de menos el agua.
Por eso este finde nos alejamos de La Antigua y nos fuimos a Monterrico, un pequeño pueblito en la costa del Pacífico.
Quizás cuando pensamos en las playas del otro lado del mundo, nos imaginamos una gran extensión de arena blanca y mucha paz. Pero en Guatemala, las costas están bañadas por arena negra, del material volcánico que carcateriza toda la región.

Y en cuanto a la paz... bueno digamos que quien le pusiera el nombre de “Pacífico” yo no tengo claro donde se bañó. Apenas con el agua por la rodilla no puedes arriesgarte a entrar mucho más, porque las olas van seguidas y te cubren por completo. Si me daba miedo la resaca en el mar mediterráneo, aquí no es resaca, es una subccionadora que si te dejas llevar te arrastra tranquilamente 10 o 15 metros océano adentro. Aquí echarse una fotito postureo sentadita en la orilla es riesgo extremo de acabar revolcada y con arena hasta en el último ricón de tu cuerpo.

Después de la paliza de bañarse si que estaba bien tumbarse en una amaca con un mojito a ver como caía el sol.
Puedo intentar con esta foto enseñaros a lo mejor un 10% de la belleza de aquel momento. Fue increible como el cielo se tornó en rojos y anaranjados y de repente el sol se metía dentro del agua... En ese momento una parte de mí se sorprendió de lo simple que somos los humanos, que viendo algo que vemos todos los dias como es el sol y observando un fenómeno diario como es un atardecer, podemos estar sin pestañear con tal de no perdérnoslo.

Y que es lo que falta... pues claro, algo de ritmo por la noche. Hacía muuuucho tiempo que no bailaba como lo hice esa noche. Se podria decir que fue un momento semieterno de felicidad plena: mi vino, la playa, cumbia, unos amigos y una enorme tormenta de rayos que hacían las veces de focos... El paraiso.

La vuelta de la playa fue la gran aventura para acabar un perfecto fin de semana, os explico: nosotras teníamos contratado un shuttle (que es como un minibus privado en el que vas con más gente de otros hostels y tal) que nos llevaría de Monterrico a la Antigua, pero claro, el lunes a las 8 teníamos que estar en Santa otra vez y entonces tendríamos que madrugar un montón además de maltratar un poco más nuestro escaso monedero. Como mi compi lleva aquí más tiempo, me dijo que si el shuttle nos dejaba en Escuintla luego sería fácil ir hasta Santa. Así que en un bar de carretera nos dejo el shuttle, cruzamos una especie de autovía y nos pusimos a esperar un bus, si un chicken bus (lo que me dijeron en la charla de seguridad que no cogiera). Un poco agobiadas porque iba atardeciendo empezamos a pensar en coger un taxi pero entonces apareció el bus. Nos subimos y el bus estaba vacío. La verdad es que es una locura como conducen y la velocidad a la que van, adelantabamos coches, camiones, invadían el carril del sentido contrario... pero por fin llegamos a santa. Resultó que no nos cobraron porque en realidad no estaban haciendo la ruta, sino que estaban haciendo un viaje express para salir desde otro sitio (eso si que es suerte). Y el mismo conductor habia avisado al autobus de santa que no se fuera para que nos llevara a nuestra pequeña finca (a 10 min de bus de santa). Total, no cogí uno, sino 2 chicken bus... La verdad es que hice alguna que otra plegaria en un par de momentos, pero la risa de estar allí subida y sobre todo la tranquilidad de llegar bien, fue la guinda del pastel para otro fin de semana increible.

(Disculpas a mi papá por mi escueto bañador y saltarme las normas de seguridad)