Me acostumbré.
Me acostumbré a la Antigua.
A la bacardí en el la plaza mayor
y a la quetzlteca sabor jamaica.
A latinoamérica.
Me acostumbré a los sombreros de copa,
a las guitarras que se estropean,
a las manos tocando un cajón.
Me acostumbré a bailar cumbia los fines de semana
y a ver bailar a guatemala con pasitos cortos
y un meneito de cadera.
Me acostumbré a los cigarros en la parte de atrás
del lugar más azucarado de Santa Lucía,
escuchando flamenquito con acento francés...
Como echo de menos ese acento a la luz de las luciérnagas
y los ataques de los murciélagos.
Me acostumbré a comer frijoles al menos una vez al día,
y a añorar España una vez a la semana.
Me acostumbré a a dormir 3h los fines de semana
y a aguantar los lunes de goma
(resaca, para que me entiendan los españoles).
Me acostumbré a una despedida cada fin de semana
y a un reencuentro también.
Me acostumbré no,
aprendí a no hacer planes
y a dejarme llevar por cualquier sonrisa que se acercara demasiado a la mía,
aunque bueno,
esto quizás,
era costumbre española mía.
Me acostumbré a no pedir pajitas,
y a guardar cualquier trozo de papel para no tirarlo al suelo.
A por lo menos 5 erupciones al día,
4 volcánicas y una mía.
A la lluvia torrencial
de cada tarde en Santa Lucía,
que dibujaba en el cielo telarañas de luz
para no dejarme a oscuras en la humedad de la noche.
Joder con Guatemala,
la primera vez que escribí en este blog dije que que no era capaz de acostumbrarme a las costumbres,
y ahora, me tengo que comer mis palabras,
tragarme la demencia
e intentar desacostumbrarme
Una De-Mente en Guatemala
viernes, 5 de octubre de 2018
viernes, 28 de septiembre de 2018
JODIDAS DESPEDIDAS
Aún no me atrevo del todo a escribir de las despedidas.
Aún me queda algo de jetlag y la sal de las lágrimas en las pestañas.
Aún suena en mis oídos la canción de "cariñito"
y recuerdo que me sorprendí bailando cumbia
a ritmo de "leña para el carbón" en el aeropuerto de Atlanta.
Me queda aún
el calor de una cantidad de abrazos
que no cabrían en ningún número.
Recuerdo que me pareció cruel
como el shuttle que me llevaba al aeropuerto
recorrió todas las calles de La Antigua
para acabar pasando otra vez delante de la Plaza Mayor
donde vi como se iban haciendo cada vez más pequeñas las siluetas de Sildy y Lucho
sentados en el banco de siempre.
Mientras esperaba el primero de mis tres aviones,
un amigo desde España
me dijo que me permitiera regodearme en la melancolía de mirar fotos.
Pero aún no estoy preparada para solo recordar,
aún me quema el amor de Guatemala bajo la piel.
Aún no estoy lista para hablar de despedidas,
porque aún pienso que 8000 km de distancia
no son suficientes para decir adiós.
Aún me queda algo de jetlag y la sal de las lágrimas en las pestañas.
Aún suena en mis oídos la canción de "cariñito"
y recuerdo que me sorprendí bailando cumbia
a ritmo de "leña para el carbón" en el aeropuerto de Atlanta.
Me queda aún
el calor de una cantidad de abrazos
que no cabrían en ningún número.
Recuerdo que me pareció cruel
como el shuttle que me llevaba al aeropuerto
recorrió todas las calles de La Antigua
para acabar pasando otra vez delante de la Plaza Mayor
donde vi como se iban haciendo cada vez más pequeñas las siluetas de Sildy y Lucho
sentados en el banco de siempre.
Mientras esperaba el primero de mis tres aviones,
un amigo desde España
me dijo que me permitiera regodearme en la melancolía de mirar fotos.
Pero aún no estoy preparada para solo recordar,
aún me quema el amor de Guatemala bajo la piel.
Aún no estoy lista para hablar de despedidas,
porque aún pienso que 8000 km de distancia
no son suficientes para decir adiós.
jueves, 20 de septiembre de 2018
DEMENCIA EN EL CARIBE
Al final conseguí cruzar otra
frontera.
Más allá de la selva de Petén, el
mar me llamaba.
Desde una pequeña lancha cruzando el
pacífico Caribe un par de delfines me daban la bienvenida.
Desembarcamos en Caye Caulker, una
pequeña isla de Belize en mitad del Caribe.
Si cerráis los ojos y os dicen Caribe,
¿qué es lo que imagináis? Pues es exactamente eso, arena blanca
(hecha de trocitos de arrecifes) el mar claro, transparente, quieto,
tranquilo, azul.
Las casitas de madera, ligeramente
levantadas del suelo, todas con terraza y colores muy vivos.
Algo a lo que no estamos muy
acostumbrados es que la gente no llevaba móvil. Todos los isleños se movían en bici e iban simplemente de aquí para
allá, con una sonrisa en la cara y transmitiendo una paz que ya
quisiéramos los europeos.
Estuvimos andando por ese pueblito
hasta que llegamos a una pequeña playa. Nuestra playa, parecía como
que toda la energía del Caribe se concentrara en este rinconcito.
Comenzaron a aparecer montones de pelícanos, vimos caballitos de
mar, una enorme manta raya se asomó a la costa, miles de peces
nadando a nuestro alrededor y algún que otro cangrejo (que había
que intentar no pisar).
Como buena pirata del Caribe,
despedimos la tarde mientras bebía un ron, intentando guardar cada
tono de naranja que nos ofrecía la puesta de sol.
El amanecer se nos escapó, pero de
buena mañana ya estábamos en aquella playa desierta, intentando
disfrutar el breve momento que pasamos en la isla, que aunque breve
renovó nuestras energías.
Al final conseguí cruzar otra
frontera, y ver como mi pasaporte se llena de sellos solo me da más
ganas de cruzar y cruzar y romper, muchas fronteras más.
PD: LO QUE NO NOS CUENTAN DEL CARIBE
Bueno, después de este rollito tan zen
con el que estuvimos y volvimos de esta fabulosa isla, hay una verdad
que tengo que contar: los P**OS MOSQUITOS. No en serio, tu estás
tranquilamente dando un paseo a las 8 de la mañana e igual te
vuelves a tu país con dos litros de sangre menos. La mañana que
madrugamos fuimos corriendo a la playa no porque tuviéramos ganas de
bañarnos sino para protegernos de los mosquitos en el agua. A mi me
picaron en la jo**da cara, la única parte de mi cuerpo que no
llevaba repelente y que por supuesto no podía tener todo el rato
bajo el agua.
Os juro que ha sido uno de los lugares
más hermosos que he visto en mi vida, estos que dices “uf yo
cuando me jubile me compro una casa en una isla del Caribe”. Pues
ojo y asegurarse de que hay bancos de sangre porque esos pequeños
cabrones no tienen piedad con nadie.
miércoles, 19 de septiembre de 2018
UN VIAJE EN TRANSMETRO
Recuerdo mis primeras horas en Ciudad
de Guatemla, me daba miedo salir a la calle y la verdad no tenía
grandes expectativas sobre lo que iba a encontrar allí.
Pero como en casi todo mi viaje, al
cabo del tiempo me llevé una grata sorpresa.
No se si fue porque esta vez iba
acompañada de mi querida Romy, o si era porque no quería mala onda
la última semana que me quedaba en Guatemala.
Llegamos a la ciudad de noche, nos
comimos una bandeja de tacos (venían como unos 20) y después nos
fuimos al hostel.
Para nuestra sorpresa, y después de
las “malas experiencias” de otros alojamientos, nos encontramos
en un encantador rinconcito de la zona 1 de Guatemala (se supone que
un sitio peligroso de la ciudad).
Por la maña nos tocó ir al trabajo.
Cualquiera nos habría dicho que llamáramos a un taxi o un uber,
porque ¿a donde van dos mujeres solas con pinta de guiris a recorrer
media ciudad?. Pero está claro, que a nosotras nos gusta romper los
clichés y decidimos ir en el transmetro (tranqui papá, que no es lo
mismo que un chiken bus). Probablemente fue la mejor decisión que
pudimos tomar. En el autobús nos encontramos con una gran cantidad
de gente la mar de majos. Primero un señor mayor, quizás de unos 70
años, que al vernos cara de extranjeras nos saludó en: inglés,
italiano, español y francés; para asegurase de que entendíamos
bien su agradable saludo. Luego conocimos a un arqueólogo, de unos
60 años. Nos contó que trabajó durante mucho tiempo en Tikal, que
le gusta la pintura y que hacía retratos. Nos explicó como siente
que el mundo se mueve por energías y como le dimos tan buena onda
nos regaló a cada una una pulsera de cuero con una pequeña pieza de
madera en la que estaba tallada una pirámide maya y el nombre de
algún lugar guatemalteco. Ya cuando teníamos que bajarnos una
señora nos ayudó a ponernos las mochilas, hasta le ató las correas
a Romy!! Bajamos del autobús con una sonrisa en la cara, pero para
mejorarlo aún más, el arqueólogo decidió (después de que les
dijéramos a todos que nos habían alegrado el día) que nos iba a
acompañar hasta nuestro trabajo porque nosotras también se lo
habíamos alegrado a el.
Solo llevábamos despiertas un par de
horas y ya nos sentíamos llenas de buena energía para todo el día.
Qué será lo que tiene Guatemala, que
en nuestros países solo escuchamos oscuro y terrible y cuando llegas
aquí te enamoras. Será que nos enfrentamos al problema de escuchar
una única historia, será que de tanto oír la historia de los
colonos, nos convencimos de sus “azañas” y nos cegaron con su
visión, para que no viéramos la realidad de un país que va mucho
más allá de las historias de asaltos y pobreza.
martes, 11 de septiembre de 2018
EL LAGO
Una vez más, escapé de
Santa Lucía. El viernes fui a parar a la Antigua, pero esta vez sin
mi querida compañía francesa. Aún así, salí a buscar algo de
música y me quedé toda la noche escuchando jazz y algo de reagee
con unas cuantas copas de vino.
El sábado madrugué casi
tanto como para ir al trabajo y me subí en un shuttle que me llevara
a ese maravilloso lugar del que todo el mundo me había hablado: El
Lago Atitlán.
Llegué al pueblo de San
Marcos la Laguna en un pequeño tuc-tuc del que casi salgo volando
por el típico mal estado de las carreteras (aunque llamar carretera
a ese camino de hoyos igual no es lo más apropiado). Y listo, fue
bajarme, llegar a un pequeño hostal al pie del lago y encontrarme
con ese reviejo argentino que se parece tanto a mis hermanos. Luego
se añadieron francia y guatemala y este finde la novedad fue que
también conocí a mexico.
Nos fuimos a bañar al
lago. La escena era de película: un embarcadero de madera, un
pequeño banco sobre el agua. ¡ y qué agua!, tan transparente y
nítida que podías verlo todo (bueno hasta lo que lacanzaba la
vista).
Cocinamos, bebimos y por
supuesto en la noche no podían faltar unos bailes a ritmo de cumbia.
Y no se por qué el
tiempo tiene que pasar tan rápido, que de repente ya era de domingo
y estaba desayunando frijoles a pie de lago.
No se que pasó, que de
repente todo se tornó oscuro, el cielo sonaba furioso y de la rabia
comenzó a llorar. Pero como “al mal tiempo buena cara” siempre
se encuentra una alternativa, y la guatemalteca más guapa que
conozco nos cocinó... ay, sin palabras... la secuestraría para que
se viniera conmigo a españa y me hicera de comer todos los dias.
La lluvia no paraba, el
cielo estaba desconsolado y por la noche yo lo acopañaría también.
Odio, cada día un poco más, las p**as despedidas. Ese momento en el
que fui consciente de que no se cuándo volveré a ver a estos
fantásticos personajes me llenó de mucha pena. Sin embargo la
despedida quería quitarse ese color gris, y se llenó de palabras
que nos auguraban un reencuentro quizás en mi país y nos imaginamos
como sería ir andando por las calles del Albaicín en Granada y
encontrármelos tocando cumbia en algún rincón... lo esperaré
impaciente.
El lago ha sido mi ultima
visita por rincones guatemaltecos y tengo que decir que ha sido la
guinda del pastel para todo lo que he conocido de Guatemala.
lunes, 3 de septiembre de 2018
NO ME SIENTO EXTRANJERO EN NINGÚN LUGAR
No se que pasó. No se si fue la voz de
argentina, la guitarra de Nicaragua o el ritmo de las maracas
guatemlatecas.
Quizás fue el ron, la quetzalteca o
ese ritmo de cumbia que perseguíamos cada fin de semana.
No se que pasó, que yo ya no era yo.
Me miré en el espejo del baño de un bar de la Antigua y de repente
no estaba la chica que se subió a un avión hace 5 semanas para
volar a la otra punta del mundo.
Decidí quedarme mirando la escena de
la gente bailando en el concierto de despedida de Chinga la Maruca,
para tomar todas las fotografías mentales posibles. A menos de un
metro de distancia vi como de enamorados estaban Argentina y Guatemala, la curiosidad que sentían Nicaragua y Francia. A menos de
un metro de distancia sentía que tenía a toda Latinoamérica y no
me quedó otra sino sonreír.
Sin embargo, aquella noche loca de
viernes, bueno o la del sábado, o quizás fue la del domingo,
también vi como mis latinoamericanos dejaban escapar algún suspiro
entre una sonrisa triste.
Supongo que es lo que tienen las
despedidas, me di cuenta de que diría adiós al calor y la dulzura
de argentina, al descaro de Guatemala y muy a mi pesar, me quedaba
poco tiempo con la mente maravillosa de Nicaragua... Así que
aproveché para despedirme también de la Aurora que ha sido luna en
el Este para dejar brillar a la aurora boreal en el Oeste, que quiere
seguir volando aunque sea con solo un ala, que cada día se llena de
más nombres de gente.
Odio las despedidas, pero con lo que me
ha calado la cumbia, QUE ME QUITEN LO BAILAO y que se prepare el
suelo para lo que me queda por bailar.
(No se ve nada, en el video, lo que hay que hacer es escuchar. Por cortesía de mi argentino reviejo favorito sin plata)
jueves, 30 de agosto de 2018
CON VISTAS AL MAR
Bueno, probablemente este es el verano
que menos he visto la playa... Apenas he pisado el Mediterráneo un
par de veces este año.
A pesar de que donde estoy viviendo es
conocido como “la costa”, el mar me queda como a unos 50km, y
aunque lleve tanto tiempo en Granada lejos del mar, echo de menos el
agua.
Por eso este finde nos alejamos de La
Antigua y nos fuimos a Monterrico, un pequeño pueblito en la costa
del Pacífico.
Quizás cuando pensamos en las playas
del otro lado del mundo, nos imaginamos una gran extensión de arena
blanca y mucha paz. Pero en Guatemala, las costas están bañadas por
arena negra, del material volcánico que carcateriza toda la región.
Y en cuanto a la paz... bueno digamos
que quien le pusiera el nombre de “Pacífico” yo no tengo claro
donde se bañó. Apenas con el agua por la rodilla no puedes
arriesgarte a entrar mucho más, porque las olas van seguidas y te
cubren por completo. Si me daba miedo la resaca en el mar
mediterráneo, aquí no es resaca, es una subccionadora que si te
dejas llevar te arrastra tranquilamente 10 o 15 metros océano
adentro. Aquí echarse una fotito postureo sentadita en la orilla es
riesgo extremo de acabar revolcada y con arena hasta en el último
ricón de tu cuerpo.
Después de la paliza de bañarse si
que estaba bien tumbarse en una amaca con un mojito a ver como caía
el sol.
Puedo intentar con esta foto enseñaros
a lo mejor un 10% de la belleza de aquel momento. Fue increible como
el cielo se tornó en rojos y anaranjados y de repente el sol se
metía dentro del agua... En ese momento una parte de mí se
sorprendió de lo simple que somos los humanos, que viendo algo que
vemos todos los dias como es el sol y observando un fenómeno diario
como es un atardecer, podemos estar sin pestañear con tal de no
perdérnoslo.
Y que es lo que falta... pues claro,
algo de ritmo por la noche. Hacía muuuucho tiempo que no bailaba
como lo hice esa noche. Se podria decir que fue un momento semieterno
de felicidad plena: mi vino, la playa, cumbia, unos amigos y una
enorme tormenta de rayos que hacían las veces de focos... El
paraiso.
La vuelta de la playa fue la gran
aventura para acabar un perfecto fin de semana, os explico: nosotras
teníamos contratado un shuttle (que es como un minibus privado en el
que vas con más gente de otros hostels y tal) que nos llevaría de
Monterrico a la Antigua, pero claro, el lunes a las 8 teníamos que
estar en Santa otra vez y entonces tendríamos que madrugar un montón
además de maltratar un poco más nuestro escaso monedero. Como mi
compi lleva aquí más tiempo, me dijo que si el shuttle nos dejaba
en Escuintla luego sería fácil ir hasta Santa. Así que en un bar
de carretera nos dejo el shuttle, cruzamos una especie de autovía y
nos pusimos a esperar un bus, si un chicken bus (lo que me dijeron en
la charla de seguridad que no cogiera). Un poco agobiadas porque iba
atardeciendo empezamos a pensar en coger un taxi pero entonces
apareció el bus. Nos subimos y el bus estaba vacío. La verdad es
que es una locura como conducen y la velocidad a la que van,
adelantabamos coches, camiones, invadían el carril del sentido
contrario... pero por fin llegamos a santa. Resultó que no nos
cobraron porque en realidad no estaban haciendo la ruta, sino que
estaban haciendo un viaje express para salir desde otro sitio (eso si
que es suerte). Y el mismo conductor habia avisado al autobus de
santa que no se fuera para que nos llevara a nuestra pequeña finca
(a 10 min de bus de santa). Total, no cogí uno, sino 2 chicken
bus... La verdad es que hice alguna que otra plegaria en un par de
momentos, pero la risa de estar allí subida y sobre todo la
tranquilidad de llegar bien, fue la guinda del pastel para otro fin
de semana increible.
(Disculpas a mi papá por mi escueto bañador y saltarme las normas de seguridad)
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