Una vez más, escapé de
Santa Lucía. El viernes fui a parar a la Antigua, pero esta vez sin
mi querida compañía francesa. Aún así, salí a buscar algo de
música y me quedé toda la noche escuchando jazz y algo de reagee
con unas cuantas copas de vino.
El sábado madrugué casi
tanto como para ir al trabajo y me subí en un shuttle que me llevara
a ese maravilloso lugar del que todo el mundo me había hablado: El
Lago Atitlán.
Llegué al pueblo de San
Marcos la Laguna en un pequeño tuc-tuc del que casi salgo volando
por el típico mal estado de las carreteras (aunque llamar carretera
a ese camino de hoyos igual no es lo más apropiado). Y listo, fue
bajarme, llegar a un pequeño hostal al pie del lago y encontrarme
con ese reviejo argentino que se parece tanto a mis hermanos. Luego
se añadieron francia y guatemala y este finde la novedad fue que
también conocí a mexico.
Nos fuimos a bañar al
lago. La escena era de película: un embarcadero de madera, un
pequeño banco sobre el agua. ¡ y qué agua!, tan transparente y
nítida que podías verlo todo (bueno hasta lo que lacanzaba la
vista).
Cocinamos, bebimos y por
supuesto en la noche no podían faltar unos bailes a ritmo de cumbia.
Y no se por qué el
tiempo tiene que pasar tan rápido, que de repente ya era de domingo
y estaba desayunando frijoles a pie de lago.
No se que pasó, que de
repente todo se tornó oscuro, el cielo sonaba furioso y de la rabia
comenzó a llorar. Pero como “al mal tiempo buena cara” siempre
se encuentra una alternativa, y la guatemalteca más guapa que
conozco nos cocinó... ay, sin palabras... la secuestraría para que
se viniera conmigo a españa y me hicera de comer todos los dias.
La lluvia no paraba, el
cielo estaba desconsolado y por la noche yo lo acopañaría también.
Odio, cada día un poco más, las p**as despedidas. Ese momento en el
que fui consciente de que no se cuándo volveré a ver a estos
fantásticos personajes me llenó de mucha pena. Sin embargo la
despedida quería quitarse ese color gris, y se llenó de palabras
que nos auguraban un reencuentro quizás en mi país y nos imaginamos
como sería ir andando por las calles del Albaicín en Granada y
encontrármelos tocando cumbia en algún rincón... lo esperaré
impaciente.
El lago ha sido mi ultima
visita por rincones guatemaltecos y tengo que decir que ha sido la
guinda del pastel para todo lo que he conocido de Guatemala.
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